Lo
primero que pensé fue en lo que me dijo mi mamá con arrepentimiento. Recuerdo
que me aconsejó antes de embarcarme al avión para Estados Unidos que me
avispara. Que yo era un muchacho bueno y vaina, pero también ahuevoniao. Me dijo que las vergas allá
no eran como aquí en Venezuela, que allá sí iba a tener que estar pila y que mi
suerte para escaparme de la mayoría
de los problemas, no iba a servir de mucho. Yo pensando que mi mamá era una
exagerada asentí a todo de la misma forma en la que uno asiente al discurso de
las personas que tocan tu puerta a hablarte de religión. Me pregunté a mí mismo
si mi mamá no se había dado cuenta de que después de que salí de Paraguachí,
sobreviví 9 años en Caracas yo solito. ¡Ahí la gente sí es viva! ¡No en Estados
Unidos, carajo! No hay malandro gringo que pueda contra mí. Mi mamá se preocupa
porque me quiere y como ella ve sólo películas tipo Taken cree que una verga así me va a pasar. ¿¡A mí!? Chiaj, yo soy
de Paraguachí y crecí en Caracas, la mía, y yo lo que voy a Estados Unidos es
que quemo.
Pero
la verdad es que nunca sabes cuando tu vida se puede ir a la mierda en un
instante. Todo puede estar súper bien, que si, el trabajo, la familia, la vaina
con tu novia y, de repente, una verga súper pajua puede echar a perder toda la
ficción que sin haberte dado cuenta habías construido alrededor de ti.
Les
voy a poner un ejemplo: no sé si les han montado cachos una vez, pero a mí sí.
Y esa verga, marico, duele. Y-que-jo-de.
Así más o menos imagínate que estás súper fino con tu jeva y un día empiezas a
notar vainas raras, pero no le paras bola a eso, porque como que confías burda
en ella, y de pana no hay chance de que algo esté pasando. Piensas que es la
regla, qué se yo, está hormonal y le crees todas sus excusas y vaina, y tú,
tipo tranquilo te comes el mojón y vas viviendo en esa paja así hasta que un
día te enteras, webón, por un marisco, que tu jeva andaba con otro macho, y tú
no le crees, ¿cómo le vas a creer si tú confías demasiado en esa pana a quien
le has entregado tu corazón y han hecho planes de vida serios? Pero el bicho te
muestra una foto y verga, pana, qué bolas esta jeva. Y verga te da como
arrecherita al principio, así como una rabia pajua, pero tú no lo crees
ahorita, porque –aceptémoslo– eres un huevón, pero igual vas y le tiras la
punta y la bicha se hace la loca. Y tú te quedas como cabezón un par de días. Y
sigues viviendo como con una angustia, una vaina que sientes como por la
garganta. Una sensación súper chimba. Sabes que la vaina no está bien, pero te
da un sustico enfrentarlo directamente, porque no te imaginas que el resultado
sea lo peor. Entonces un día decides dejar de caerte a paja y vas y la confrontas
y ella te dice lo que no quieres oír nunca en tu vida, porque tú has sido un
perro bueno fiel desde que tienes edad para singar, te dice que sí, mi amor, lo
siento, pero yo voy a cambiar, solo fueron como 15 veces que me lo cogí, pero
te amo a ti, mi tribilincito hermoso de mierda.
Bueno…
así me sentí cuando me di cuenta de que había perdido mi pasaporte con la visa
gringa en Chicago.
Todo
empezó por culpa de Sascha Fitness. Resulta que un día voy a un bar a ver a una pana tipo tranquilo y el metro estaba burda de retrasado así que no llegué a
tiempo y esta amiga se arrechó y se fue. Entonces, me metí igual en el barsito que
nos íbamos a ver como para beberme una birra y pasar el despecho emocional de
quedar mal con alguien. Entonces, de la nada me saludó un ruso y yo tipo moví la cabeza y
las cejas parriba saludando para no mover las manos no vaya a ser que no fuera conmigo.
El ruso insistió y yo vi para todos lados a ver si le estaba haciendo señas a
alguien que no fuera yo. Entonces, nada, sí era conmigo. Me fui para la mesa
donde estaba el pana así como con pena y al llegar me preguntaron que de dónde
era. Cuando dije “Venezuela” sus amigas, una uruguaya y una brasilera, se
emocionaron porque eran fans de Sascha Fitness y como yo era venezolano como
ella, entonces también era cool y me
pegué con ellos toda la noche.
Al
día siguiente, nos fuimos a una discoteca después de un largo predespacho en
casa de un indio súper pana que también había conocido la noche anterior:
Alcohol + alcohol + alcohol + no comida = llegué rascao a Sound Bar. Tipo que
fui a pedir una birra, y el carajo de la barra me dice que si dejo la cuenta abierta
o si la cierra de una. Y yo de pajuo vengo y le digo todo prendío deja esa
mierda abierta, no joda, y él me dice que claro, señor, cómo no, su ID, por
favor, para tenerlo de garantía.
Eso
es lo último que recuerdo de esa noche.
Me
desperté en el sofá de la casa de mi pana el indio al día siguiente. Vi el
reloj y empecé a recoger mis cosas. Faltaba el pasaporte. Sudé cubitos de
hielo.
Vinay
se despertó y le conté la vaina. Marico, no sé, no vi tu pasaporte, después de
ahí fuimos a otro bar y luego nos vinimos para acá.
Llamamos
a todos los bares, llamamos a todos los Übers. Nada. Llamamos a la uruguaya, al
ruso, a los otros panas. Nadie sabía algo sobre mi pasaporte. Gracias, Sascha Fitness.
Revisé
en Internet para ver qué se hace cuando se pierde tu pasaporte con tu visa
mientras estás en Estados Unidos.
Paso
1: denunciarlo a la policía.
Paso
2: ir al consulado de su país y sacar un nuevo pasaporte.
Paso
3: devolverse a su país inmediatamente con ese pasaporte que te dieron y pedir
una nueva visa si quiere volver a los Estados Unidos con un alto porcentaje de
negación por irresponsable, porque las visas de otra gente, ahuevoniao, las usan para cometer actos
fraudulentos.
El
discurso de mi mamá empezó a tener sentido. De la misma manera que los
discursos de religión la tienen cuando el avión va en picada.
En
la tarde una amiga me buscó para ir a comer. Almorzamos y le cuento la vaina,
que me voy a tener que devolver más pronto que tarde. Me dijo “y si vamos al
local ahorita y vemos si la conseguimos”. Y nos fuimos inmediatamente. Al
llegar, el pajuo de seguridad nos dice que aquí se pierden los pasaportes a
cada rato, que tengo que llamar el lunes a un número que me dan ahí en horario
de oficina y que si tengo leche, fue que la caraja que había llamado antes, no
me dio la información bien.
Me
alimenté de esperanza. Pero de esa esperanza que da la negación. Esa misma que
tienes cuando una relación va en picada, pero que uno insiste en tener para que
las patas de nuestra mesa de la seguridad no se tambalee.
Faltaban
dos días para el lunes.
Volví
a ver a mis nuevos amigos. Hicieron miles de chistes al respecto. Trataron de
levantarme los ánimos, y lo lograron un poco. Sin embargo, mi domingo por la
tarde trascurrió tan lento como un Aló Presidente en algún caserío de Barinas
con el pueblo sapeando a todos los ministros presentes.
Cuando
desperté el lunes agarré el teléfono. Y marqué de la misma forma que uno marca
el teléfono para decirle a tu pareja “tenemos que hablar”.
La
llamada no salió. T-Mobile justo me cobró la renta ese día y había olvidado meterle saldo.
Abrí
Skype. Aún quedaban unos créditos que había metido con mi último cupo cadivi.
Hice la llamada. Repicó 3 veces.
–Buenos
días. Estoy llamando porque el viernes creo que perdí mi pasaporte en su local.
–Dije en mi paupérrimo inglés.
–¿Cómo
se llama usted?
–Moisés.
Like Moses but with an i in the middle.
Esperé
48 segundos.
–Todo
está bien. Venga y busque su pasaporte y su tarjeta de débito. Lo único que
debo informarle es que lamentablemente ya no podrá dar propina a su cuenta
porque ésta fue cerrada el día que usted se fue sin pagar.