jueves, 24 de diciembre de 2015

De cómo boté mi maleta mi primer día en Corea del Sur

Mi mamá tenía la razón: soy un caídodelamata.

Un mes antes, me volvía encontrar con Andrew en Minneapolis. Le conté que me iba a Seúl por unas semanas. Y él me dijo que “qué arrecho, marico”, que él tenía allá a su amiga Patricia, que le iba a mandar noséquévaina conmigo.

Jinhee y yo nos conocimos en Portland, Oregon, en el verano. Yo organiza un evento de Couchsurfing para pasar el International Beer Festival “hanging out” con alguna gente que apareciera por ahí, y ella iba de paso a visitar a unos panas de San Francisco y a darle una vuelta a la Costa Oeste gringa. Así fue como por Couchsurfing nos conocimos, nos hicimos burdepanas y me invitó a Seúl a ver cómo o mataba tigres dando clases de español o acababa los trapos y ya para el diciembre. 

El pasaje salió pingadebarato, más que ir a Venezuela. Así que después de meditarlo con la almohada, dije sí va, marico. Salí de Chicago con escala en Los Ángeles (5 horas) y después para Pekín (13 horas) y de ahí con los “layovers” terminé llegando al aeropuerto de Incheon 25 horas después todo jetlageado, o sea, con pinga de sueño.

La vaina es que uno no va a Asia todos los días. Tipo que no vas a llegar y acostarte a dormir. O sea, llegas a Asia y, marico, lo que haces es ir a darle duro a la rumba de guanfor. Entonces, tipo que llego al aeropuerto y leo el mensaje que me mandó Jinhee cuando estaba en EEUU todavía. Traduzco del inglés: “Marico, no te voy a ir a buscar al aeropuerto porque me sale pinga de caro ir para esa verga, pero, huevón, agarra la camionetica 6020, apenas salgas de Incheon. Ese bicho te va a pasear por Seúl un pelo, pero te bajas en ‘National University of Education’, ahí te estoy esperando yo, apenas tú llegues, y de ahí le damos para case unos panas por ahí por Gangnam”.

 Un mes antes, otra vez en Minneapolis, Andrew me dice que marico, Seúl es la ciudad más segura del mundo. Que el bicho había dejado su celular en el metro un día y que apareció que si a las horas. Que se lo encontró un coreano del coño y el bicho tipo que por el historial del GPS y la verga que graba el Google Maps consiguió dónde era el hostal donde se estaba quedando Andrew y le devolvió la vaina. Así, a ese nivel. Entonces, yo, todo venezolano emocionado por probar la verga dije algo así tipo, nojodacoñoelamadre, ojalá una verga así me pasara a mí. Pero de pana que no lo dije en serio, ¿verdad? O sea, de pana no quería botar mi maleta, pues. Lo dije tipo “Ojalá me ganara el Kino”, tipo como una vaina que dice todo el mundo, pero de pana no espera que pase.

De vuelta a Seúl, agarré la camionetica 6020. Era una camionetica con aire y vaina, tipo las que uno agarra cuando viene de Maiquetía para Parque Central. La única diferencia es que esta bicha venía con calefacción y que tenía una pantalla que te venía diciendo en coreano e inglés dónde coño más o menos iba uno. Tipo que te dijera “next stop is Gato Negro, be ready to bajartedelbus”. 

Así fue como cuando pegado a la ventana, medio babeando la vaina viendo los edificios de la capital de Corea, como un carajito que nunca ha salido de Antolín del Campo, escuché que el altavoz con voz de Siri con acento coreano viene y dice “Next stop is National University of Education”. Entonces, marico, apreté el botón rojo que decía “request stop” y piré de la verga esa.

Me bajé de la camionetica y me enfrenté a un frío medio chicaguense. Tipo unos cero grados y vaina. Me puse mis guantes y verga, cogí aire y sentí un ardor en mi estómago. Un hambre descomunal de esas que te dan cuando pasas más de 24 horas en aeropuertos comiendo comida de mierda.

Entonces caminé hasta la entrada de la estación de metro y con mi morralito me senté a esperar a Jinhee. Cuando la chama llegó, lo primero que me dijo fue “marico, ¿eso es todo lo que traes, huevón?” señalando mi inexistente equipaje. Y yo no pude sino pensar: “¡Ve la verga, ve! Ya la estoy cagando”.

Así fue como me acordé de Andrew. De Minneapolis. De cómo él botó su celular en el metro. De cómo yo boté mi pasaporte (¿Ya leíste el post anterior, no?), de cómo había decidido dejar el alcohol un pelo para no tener más blackouts y tripear de manera más consciente. Me acordé inmediatamente de mi mamá, de mi hermana, de Nataly, de mi tía, de toda mi familia. De mi fiesta de 25 años donde todo se quedó en casa de Josh. Me imaginé el peo que me armaría mi mamá si hubiera viajado conmigo y yo hubiera dejado mi maleta de 23 kilos en el bus. 

Me acordé del regalo que Andrew le había mandado a Patricia y que el regalo estaba en mi maleta. Me acordé también de cuando fui al Walgreens en Chicago, pasé por la sección de viajes y dije así todo confiado súper pajúo “yo no le voy a poner candado a mi maleta, ni que estuviera en Venezuela, chia”. Todo por no pagar cinco piazo’e dólares.

Entonces, resolvimos la vaina así. Jinhee se metió en “Naver” (porque aquí la gente no usa Google) y buscó el número de la compañía de autobuses. Llamó. Le dijeron que el autobús iba a dar la vuelta. Que por favor cruzara la calle y esperara 4 minutos. Nosotros cruzamos la calle y esperamos.

4 minutos después, el autobús estaba regresando fuera de su ruta. El chofer se bajó. Dijo apenado algo en coreano enfatizando algo así como “disculpe señor por no recordarle que se estaba bajando del bus sin su maleta” y me hizo como 14 reverencias. Y yo como que diciéndole en inglés algo así como “marico, huevón, si la culpa es mía por andar pendejeando viendo el Facebook y chateando por Whatsapp” y dándole como 22 reverencias también.


Y así, 6 minutos después volví a tener mi maleta. La adrenalina fue la misma de una tarde de rafting, o de cuando esquivas a un choro que te quiere robar sin arma en Caracas. ¿Será que pruebo dejar el celular un día en una plaza a ver en cuánto tiempo aparece?  ¿Qué de pinga es Corea, no? 


Soledades

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