martes, 22 de abril de 2008

Un refill de Coca-cola para mí también

En el camino de Subway a mi casa uno siempre puede encontrase un ejemplar de la fauna de la ciudad. Ese día, por ejemplo, me tropecé con un mendigo: "Sálvame con una moneda" me dijo. Yo puse cara de qué atrevimiento el del señor y seguí caminando sin prestarle atención. La gente pobre siempre me da cosita. La cosita es algo raro disfrazado de sentimiento que se siente cuando alguien quiere o desea sentir algo más por obligación que por emoción real. La cosita es tataranieta de la tristeza con un poquito de hipocresía: "Ay, Fabricio, mira a ese pobre hombre", le dice una mujer a un insensible genérico. "Sí mi amor, me da tanta cosita", luego estas personas se van como si nada y el hombre sigue ahí por el resto de sus días provocando cosita en cada una de las personas sin que nada, ni nadie se tome un sólo día a atenderlo. Así como a Fabricio, el mendigo a mí sólo me dio cosita. A veces la cosita dura poquito tiempo; a veces dura más y nos hace pensar en otras cosas. En el camino a Subway, después de ver a ese mendigo, me puse a pensar en la gente pobre, en la gente muy pobre, ellos siempre me han dado cosita. Pensaba en una señora mayor y soltera que tenía que alimentar a sus cinco muchachos, pero siempre como un imbécil, racional, llegaba a la conclusión de que era su culpa. ¿Quién la manda a tener tantos muchachos? Se hubiera ligado con uno. Si es imbécil la vieja. ¡Qué trabaje por huevona! Le gusta hacerlos, pero no mantenerlos. Mi abuela tuvo seis y los pudo mantener a todos y sacó palante a la familia, sin problemas: trabajando. Entonces pensaba en mi abuela y en el amor que nos tenía a todos, incluso a mí el hijo de su hija. Mi abuela, ella si era una buena señora. Le pasó igual que a la vieja imbécil de mi imaginación. Luego pensé que ella, la vieja de imaginación, podría ser como mi abuela y la perdoné y me perdoné a mí mismo por pensar en estas cosas y me di cosita; me di cosita a mí mismo y quise ayudarme, pero era muy tarde sólo podía darme cosita y es que eso era lo único que podía sentir. Además ya había llegado a Subway y cualquier cosa estúpida como esta tendría que olvidárseme.

"Quiero bastantes pepinillos y poca lechuga, no me eche cebolla y póngale pimentón", decía como un robot que va a recargar su gasolina sin plomo, no para conservar el ambiente, sino para aparentar, con sus amigos que lleva en el carro, que paga la gasolina más cara. Mientras mordía el rico pan empezaba a sentir un sabor indescriptible. El Cheddar derretido con tocineta, los pepinillos con miel mostaza, ¡Dios! Ese sabor que sólo nos puede dar el capitalismo, la acumulación de riquezas. Cada vez que mordía me sentía poderoso, sentía que era mejor que los demás que estaban en el restaurante porque mi pan era más rico y porque yo había pagado más, porque era más grande. Entonces veía a la gente de afuera y me sentía mejor que ellos porque tenían que comer en sus casas, porque eran pobres y no habían tenido suerte como yo. Cada vez que mordía el pan era el rey del mundo, era el mejor del mundo. El pan era un vicio para mí. Veía cada vez que mordía a mí alrededor y observé a los empleados. "Pobres inmundos", decía. "Pobre imbéciles, sólo están para servirme a mí". Había uno, parecía un estudiante universitario. A él lo repudié porque yo era mejor que él, porque yo también era estudiante universitario y podía estudiar en una universidad privada y todo me lo pagaba papito y él, como un imbécil, tenía que estudiar y trabajarle a un capitalista de mierda y darle real, sólo para mantenerse en sus estudios como un mongólico soñando que va a descubrir algo y que va a sacar a su familia adelante. ¡Ah! –Pensaba cada vez que mordía– pobre iluso, pensando que va a sacar a su gente de abajo. Y yo me reía mentalmente, decía que siempre iba a ser mejor que él, porque mi familia era mejor a la suya y era imposible que me sobrepasara. Luego vi a otro niñito, tenía una camisita que lo diferenciaba de los demás y tenía unos cuantos botones. Parecía que había una especie de jerarquía en este sitio de servidumbre. Este gafito era el que le cobraba a la gente, fue el que me dijo el precio de mi submarino y que cuando saqué mi tarjeta dorada se sorprendió y yo lo miré con arrogancia, como queriendo decir, si eres iluso, jamás tendrás una así.

Después vi a alguien que me impactó y que me hizo cambiar un poco. Vi a la vieja imbécil de los cinco muchachos. ¡Dios, no puedo seguir pensando en gente pobre porque se hace realidad! La vieja imbécil estaba ese día fregando los pisos como loca, trapeando, limpiando de aquí a allá. Entonces entraba en la cabeza de la vieja estúpida y miraba sus pensamientos. La vieja pensaba en sus hijos, en sus cinco muchachos hambrientos en un barrio. La vieja trapeaba con fuerza para ellos, trabajaba por ellos, trataba de salir adelante por ellos. Cada coletazo que daba se lo dedicaba a un hijo suyo, cada movimiento era en nombre de ellos. Entonces salí de su cabeza y me dio cosita de nuevo. Recordé a la vieja y recordé a mi abuela y volví a perdonarla.

La vieja era una especie de heroína del local. Un día el mendigo que me pidió las monedas de camino a Subway encontró un vaso de este restaurante en el piso de la calle. Él lo recogió y se aventuró a hacer un refill en el local. El mendigo entró a Subway todo apestoso y maloliente. La vieja trapeaba como loca cerca de los baños: un lugar opuesto a la máquina de hacer el refill, así que no pudo notar cuando el mendigo se aventuraba a hacer su acción de supervivencia del día. Resulta que unos sifrinitos empezaron a pegar gritos cuando el mendigo entró. Estaban asustados, aterrados, tenían tanto miedo de que alguien con tan poco dinero y maloliente pudiera hacer lo mismo que ellos hacían. Con estos griticos de niña, la vieja se dio cuenta de lo que estaba pasando e inmediatamente sacó al pobre mendigo del restaurante de comida rápida. El pobre hombre ni siquiera pudo hacerse con medio vaso de Coca-cola. Cuando la vieja logró sacarlo a punta de coletazos, le echó encima el agua sucia del balde donde lavaba el coleto y el pobre mendigo se fue un poquito más limpio de cómo había entrado a Subway, pero con las manos vacías. El mendigo jamás se volvió a aparecer por allá. Para suerte de la vieja el dueño del local estaba viendo todo esto y desde ese día la declaró heroína del Subway. Esa noche el dueño del local le dio a ella dos submarinos de treinta centímetros para sus cinco hijos y una chapa que decía "Sub-hero". Desde ese día todos respetan a la vieja y la ven como una eminencia. Esa noche, cuando la vieja llegó a su casa, sintió cosita y se imagino al pobre mendigo en la calle, tapado por un cartón y con el vaso de Coca-cola vacío.

Cuando descubrí el orgullo de la vieja, lo que sentía por sus hijos y lo que le había sucedido con el mendigo me dio cosita con ella. Ese día –el que fui a comer a Subway– llegó el dueño del local. Era un tipo elegante, limpio, con buen olor. Tomó un vaso del stand y se hizo un refill de Coca-cola. Mientras esperaba que se llenara le hizo un guiño a la vieja. Ella se acerco y con toda la amabilidad del mundo le preguntó que si deseaba algo. Él le dijo que no, que muchas gracias y con toda amabilidad se quedó supervisando y mirando a los clientes. Primero vio a unos de aquel lado, luego a otros de este y me vio a mí.

En el instante en que entraba el dueño del local a Subway yo terminaba de comer mi submarino. Ya no me sentía tan rey del mundo. Me sentía lleno. Entonces empecé a envidiar a los que estaban de aquel lado y de este, veía sus panes y deseaba no haber comido para estarme comiendo los de ellos. Luego vi a ese señor entrando por la puerta; tan elegante, tan perfumado, tan adinerado. Lo admiré, pero también lo envidié. Entré entonces en la cabeza del señor y veía a las demás personas con cosita, los veía como seres inferiores de los que él se aprovechaba para hacerse más rico. Reía hipócritamente y era amable porque esto le producía más dinero. Pasaba por cada una de las personas en el restaurante y pensaba lo mismo. Cuando se detuvo en mí, cuando me miró no fue diferente. Se decía a sí mismo "pobre muchacho, comiendo aquí sin saber que no se alimenta sino que me alimenta a mí, estúpido ser inferior, gusano". Luego el dueño de Subway pensó que todo esto estaba mal y le di cosita y le dimos cosita todos dentro del restaurante. Y no había nadie en todo Subway, en ese momento, que no sintiera lo mismo.

4 comentarios:

yeknom dijo...

"La cosita es algo raro disfrazado de sentimiento que se siente cuando alguien quiere o desea sentir algo más por obligación que por emoción real"

mejor definicion no hay para la cosita!

Excelente

Victor Manuel dijo...

epale moises, q tal gracias por el contacto, soy fan de ivete sangalo y tengo algunos proyectode reunir a los fans de auqi de venezuela pero por falta de tiempo no le he dado continuidad pero pronto estare renovando todo. saludos estamos en contacto.

Manuela Moore dijo...

Qué mala es la gente de esta crónica; "me da cosita" lo mala que es. "Cosita" sí, la crónica da "cosita" y también hace que uno se ponga a reflexionar. Cada vez escribes mejor, Moisesito.

Cristina Gálvez Martos dijo...

Hola Moisés! pues caí por tu blog, Manuela lo anda publicitando por facebook. Nunca se me había ocurrido reflexionar sobre "la cosita" pero creo que esa definición es exacta. Ahora mismo se me ocurren varias cosas que me dan cosita.
Saludos, pásate por mi blog!

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