martes, 3 de febrero de 2015

Un venezolano vio a Foo Fighters en Bogotá

–¿De dónde eres? –Me dijo Dave Grohl.
–De un país que ya no existe. Pero igual toma esta bandera y esta camisa vinotinto, son lo único que me queda de donde crecí... –Le dije antes de despedirme con un apretón de manos y de pasar a la taquilla de inmigración para salir de Colombia.

Tres días antes salí de Caracas, emocionado por reencontrarme con Bogotá, mi segunda ciudad favorita de Latinoamérica, por supuesto detrás de São Paulo.

–¿Qué viene a hacer a Colombia? –Me preguntó la encargada de inmigración.
–Vengo a un concierto.
–Ah, no me diga que viene acá solamente a ver un concierto. ¿Dónde es?
–Sí. De verdad. Acá en Bogotá.
–Hoy como a las 7 pasaron unos rockeros por aquí. Pero eran como viejos, pues, como cuarentones. ¿Serían ellos?
–Eran demasiado ellos. Qué lástima que no pasé por aquí un poco antes. ¿Foo Fighters, sabe?

Cuando nos enteramos que Foo Fighters venía a Sudamérica, supimos que el chance de que vinieran a Venezuela era súper bajo. Ya había pasado más de 4 años del mítico concierto de Metallica en Caracas y dos de la segunda vez que vino Aerosmith, donde abrió Del Pez, quizá el último gran concierto de rock que vivió Venezuela. A los días anunciaban que la única fecha del hemisferio norte de América del Sur sería en Bogotá. Con el cupo electrónico de uno compramos las entradas, con otros dos cupos cadivi compramos el regreso en Kayak porque en bolívares sólo había de ida.



Después del telonero, apareció Dave Grohl a la media hora. Antes del concierto nunca supimos quiénes iban a abrirle a Foo Fighters. En Brasil, Argentina y Chile el show lo había abierto Kaiser Chief, los carajos de Ruby, pero en el website de los británicos salía que el 31 de enero tocarían en Liverpool. En la tarima se presentó una banda colombiana, con un público que los animaba muy bien. Yo sin sentimiento nacional en esas tierras no me emocionaba con los gritos de guerra que disparaban los teloneros. Los “¡Vamos Colombia!” y “¡Hola Campín!” me mantenían inmutado. A ratos me imaginaba una misma escena, pero en el Estadio de la UCV con Holy Sexy Bastards teloneando y diciendo “¡Arriba Venezuela!” o “¡U-U-U-C-V!” y la piel se me ponía de gallina sólo con pensarlo. Imaginaba a los tres o cuatro carajos haters que no sabían quienes eran los Holy Sexys que les lanzaban latas desde el campo y fallaban, imaginaba a los que sí sabían quiénes eran que decían en sus cabezas que qué bolas que no apoyábamos el talento nacional; imaginaba las notas de prensa en Internet diciendo que los Holy Sexy Bastards la habían partido en el concierto. Imaginaba las caras de sorprendidos de algunos caraqueños por lo arrecho de nuestra banda, la ansiedad de otros mandándolos a bajar para que Dave Grohl apareciera más rápido, imaginaba las pancartas de Evenpro por todos lados, los logos de Movistar, y a mis amigos que están viviendo fuera del país sentados en el piso esperando que viniera a tocar la banda –según ellos– de verdad.

Eso pasaba cada vez que cerraba los ojos. Como un animal extraño, me sentía en la tierra de nuestros hermanos colombianos, como un cachorro que por aventurero se había escapado del conuco y que se había topado hambriento en el de un vecino por no saber seguir su propio rastro; agradecido por la comida que le dieron, pero perdido por no estar en su propia casa.

Cuando apareció Dave, la algarabía fue brutal. Todos los colombianos orgullosos de albergar tal espectáculo levantaron globos de los colores de la bandera que les dio nuestro Sebastián Francisco. Hubo globos amarillos en la zona especial, azul en la preferencial y rojo en la parte detrás de la ambulancia. En Caracas hubiera sido un peo coordinar esto. Si bien los colombianos se organizaron para entregar las bombas vacías en la entrada de cada sección, esta lógica no hubiera podido ser aplicable a Venezuela para hacer la bandera. De ser el concierto en Caracas, capaz terminaba todo mezclado como vino tinto. Imaginé que lo hacían en el concierto de Iron Maiden cuando los panas de la zona preferencial tumbaron la cerca y se mezclaron todos con todos.

Something for nothing, The Pretender, Learn to fly, Breakout y My hero fueron las primeras que sonaron hasta que llegó la torta latinoamericana. En medio de My hero las cornetas se apagaron y la gente de manera muy decente apenas hizo unos pitidos. Dave, en Bogotá, le pidió a todo el mundo continuar la canción y el Campín coreó unísono “There goes my hero watching as he goes, there goes my hero he’s ordinary”. A los segundos el sonido volvió. Dave terminó de cantarla y dijo que era la primera vez en el tour que esto le pasaba. Una chama detrás de mí gritó “Sólo en Colombia pasa esto” y a mí se me iba a salir una lágrima de impotencia. Entonces, en medio de la siguiente canción me imaginé que el audio se iba en Caracas: allí le hubiéramos mentado la madre a la gente de Evenpro ocho mil veces, hubiéramos tumbado (otra vez) la barrera de la zona preferencial y mínimo arreglábamos las cornetas a coñazos, allí no sólo una chama hubiera dicho “Sólo en Venezuela” sino casi todos lo hubiéramos visto en Facebook, allí no nos hubiéramos arrechado por la falta de audio, sino que lo hubiéramos disfrutado y hasta vuelto un chiste. Yo no quería estar viendo este concierto en Bogotá. Yo no quería ver cuando sacaran la camisa de la selección nacional de fútbol de Colombia, yo no quería oír que les dijeran que los colombianos eran la mejor audiencia de Sudamérica, yo no quería escuchar que les dijeran que en este país habían visto las mujeres más bellas, yo no quería oír un “qué divino está este Dave” de las jevas de atrás, sino un “papi qué bueno estás”. Hubiera cambiado mil veces durante el show el respeto al espacio personal de los colombianos, la buena organización, el clima templado perfecto para un concierto y la puntualidad; por haber escuchado esto en un calor de mierda, con un cabrón tratando de ponerse delante de mí empujando como un becerro y con un probable retraso de 2 horas y media de Evenpro por verlo en mi tierra y con los míos. Hubiera dado mucho por oír un “¡Viva Venezuela!”, un “¡Hola Caracas!” y por ver a Taylor Hawkins intentando darle al furruco en vez de a Rami Jaffee con un acordeón en nuestra tierra, donde Gwen Stefani lloró porque no entendía como en un país tan nulo y abandonado por los dioses del desarrollo hubiera gente que pudiera cantar su música, o donde nos dábamos el tupé de hasta suspender conciertos de Queen por un luto nacional, donde no sólo se llenaban las fechas de Caracas, sino también en Maracaibo, Valencia y hasta en Barquisimeto. En donde la música sonaba en todas partes que hasta Ricky Martin llegó a tocar en la Feria de San José de Paraguachí, adonde ni Gualberto Ibarreto iría ahorita. Hubiera preferido tener mi cédula mal plastificada de venezolano en el bolsillo con la cartera adelante por miedo a que me robaran en vez del pasaporte seguro en el bolsillo de atrás. Sí, maltripié increíble no estar en Venezuela.

Y entonces apagaron las luces, Dave vino al frente. Cantó la mitad de Times like these solito y a la mitad la banda se apareció en el B-Stage. Tocaron una parranda de covers. Sonó Under Pressure. Estallé en lágrimas. Me uní a la masa y se me olvidó toda verga.

Jamás había llorado en un concierto. No sé si fue por el cover de Queen, por estar a más de mil kilómetros de casa oyendo a Foo Fighters o porque me acordé de la primera vez que oí Learn to Fly con mis amigos del pueblo; o de la vez que ellos versionaron All My Life en The British Bull Dog en Margarita; o cuando cada vez que voy a Margarita salgo con uno de mis viejos amigos que me queda en Margarita, –pero que una semana antes de viajar a Bogotá me pidió plata para comprar el pasaje de sólo ida a Buenos Aires– y cantamos a todo pulmón The Pretender en ese mismo Pub pero la versión de la banda de Gabriela Lander y el gordo José Antonio de Paraguachí, o porque recordé cuando le dije a un pana “marico, vamos a esa verga” y él me dijo que iba a tratar y al final no vino por el peo de los pasajes y que por tierra no dan cadivi y el dólar negro está por las nubes; me acordé de la primera vez que oí Queen, de cuando lo ponía en Radio Jurel, la emisora comunitaria de Antolín del Campo; de cuando interpretábamos la canciones de estos coños jugando Rock Band; cuando escoñetamos la batería del Xbox tocando Tom Sawyer de Rush –que Foo Fighters tocó para colmo aquí también–; cuando fuimos a conciertos en Caracas y en Valencia porque en Caracas ya no querían prestar la UCV para grandes eventos por el peo de la grama, lo cual era sólo una complicación marica porque en Bogotá estábamos en un estadio donde le habían puesto un protector a la grama sólo para que no se jodiera por el concierto.

Jamás me había faltado el aire de esa forma. Desde Under Pressure y pasando por All my life, Best of you hasta Everlong –que fue la última canción– mi respiración fue difícil, como si me hubiera sumergido bajo el mar (¿de lágrimas?) y luchara por alcanzar las pocas burbujas de aire que veía pasar.

Con la piel de gallina, imaginé que al día siguiente me encontraba a la banda en la cola de inmigración del Aeropuerto El Dorado y les decía que había venido sólo a verlos. Dave ponía la misma cara de sorpresa de la señorita que me selló el pasaporte de entrada.

–¿De dónde eres? –Me dijo Dave Grohl.
–De un país que ya no existe. Pero igual toma esta bandera y esta camisa vinotinto, son lo único que me queda del país donde crecí. Por favor, cuídalos, guárdalos en un sitio seguro. Me enorgullezco inmensamente de ello. –Le dije antes de despedirme con un apretón de manos antes de pasar a la taquilla de inmigración para salir de Colombia.

–¡Hey, venezolano! –Me dijo Dave, del otro lado del Duty Free antes de abordar su vuelo. –Guardaré estas cosas que me diste en mi colección de cosas raras. Eres como un animal en peligro de extinción.


Volví a abrir los ojos y terminaba Everlong. La gente empezó a salir y el bullicio me devolvió a la realidad. Había estado en el mejor concierto de toda mi vida. Agradecí inmensamente a mis amigos colombianos por tal organización. Al día siguiente, cuando pasé por inmigración, no estaba la banda. Les escribí a unos amigos, esperé en la puerta con la última Manzana Postobón del viaje y abordé el avión de regreso a Caracas con sólo 10 pasajeros.

Soledades

Descansábamos cada uno en un chinchorro después del almuerzo, antes de volver a nuestra faena diaria. Papá volvía entonces a la plaza a trab...