miércoles, 8 de octubre de 2008

Amigos por Siempre

En la cola había un montón de gente. Estaba ahí porque iba con mi esposa a pasar la luna de miel: primero un rato en Orlando para ir a Disney y luego la iba a dejar unos días con una tía de ella que vive en Miami mientras yo hacía unas diligencias en una ciudad de Virginia llamada Langley donde unos del gobierno americano querían encontrase conmigo. No sé por qué en Virginia y no en Nueva York o Washington. ¿Qué cosa del gobierno habrá en Virginia que no en esas otras ciudades? No lo sé porque no me dio tiempo de averiguarlo en Wikipedia. Lo cierto es que a lo que voy es algo serio, porque así me lo hicieron notar.
En la cola abrí mi Facebook desde mi teléfono para matar el fastidio. Generalmente no estoy pendiente de eso, porque no tengo tiempo. Esa responsabilidad se la delegué a mi manager, ella agrega a todo el que quiera ser mi amigo y se encarga de responder y de escribir cosas como si fuera yo. Mientras estaba en la cola leí algunos comentarios de mi Muro:

“Luis Vicente Guia ha escrito a las 06:58
LA VENGANZA DE SOTO NO ES INCENDIAR EL PAIS, SI NO DEFENDER LOS VOTOS EL 23N Y SACAR A ESAS LACRAS: UNA POR UNA, Y PARA SIEMPRE!!

Estos tipos de comentarios me emocionan mucho. Hay otros que me fastidian. Son de esos que hacen las personas por jalabolismo, lo habían escrito el mismo día:

“Jaime Moya Pulgar ha escrito a las 08:29
hola yo ,me llamo Jayme, soy bastante fan tuyo, gracias por ser mi amigo. Eres la primera persona delatelevision q me hacepta. Los amigos de verdad se cuidan los unos a los otros y cuando existe una amista de verda nada puede interrumpila. Espero que x 100pre seamos amigo. AMIGOS X SIEMPRE!!!!!”

Luego están los nulos:

“Arnaldo Espinoza ha escrito a las 13:57
FUERZA HERMANO!!”

La cola de inmigración estaba avanzando cuando mi esposa me hizo notar que unos policías me estaban llamando. ¡Qué fastidio!, ¿qué querrán esos carajos?, no les daré plata.

Jaime siempre ha pensado que su compañero y él son como una especie de Pinky y Cerebro venezolanos. Claro, pero al revés, porque Jaime es Pinky y gordo y Cerebro es Yorgel, pero él es flaco. Jaime había conseguido el trabajo en el aeropuerto gracias a un pana que es amigo de su esposa que trabaja de facilitador en Misión Robinson, pero que tiene un primo que trabaja en el Inac. Él siempre pensó que para trabajar en el aeropuerto, así fuera de seguridad, había que tener un título de licenciado en algo, pero después Yorgel, que es más inteligente que él –según lo ve Jaime– le hizo notar que no era así. “Ni siquiera los pilotos de los aviones tienen títulos –le dijo Yorguel a Jaime un día– eso es pura paja de esa que hablan en la televisión. Manejar un avión es como manejar un carro, sólo que tienes que apretar un botón para prender las alas”. Cosas como éstas le decía Yorgel a él todos los días.
En el trabajo a veces les tocaba estar en la parte del detector de metales, otras veces en inmigración con unos perros y otras veces en la entrada viendo a las personas. A Jaime siempre le gustaba ver los pasaportes de las personas porque se imaginaba los sellos de otros países y coleccionaba en su mente los de países raros. Yorgel siempre le decía que eso era una estupidez, pero Jaime no le hacía caso; “a Yorgel lo único que le gusta es matraquear a los gringos cuando montan cosas ilegales en los aviones”, pensó Jaime. Él nunca fue totalmente sincero con su compañero, por ejemplo éste nunca supo que Jaime tenía Facebook y que se había hecho amigo de Yon Goicoechea.
Jaime soñaba con conocer a Yoni algún día, porque era la única persona de la televisión que lo había aceptado en Facebook, y su sueño más grande era poder hablar con alguien que hubiera salido en televisión, y ya había logrado algo: Yon y él eran amigos (aunque nunca hubieran hablado Jaime sentía una satisfacción al ver esa palabra en su perfil y ver la foto de Yon). Imagínense qué pasaría si Yorgel se enteraba de esto. Mínimo hacía que lo botaran del trabajo y del PSUV. Cuando Jaime le confesó que no había ido a votar el 2D porque pensaba que Chávez iba ganar igual, Yorgel no le dirigió la palabra por dos meses (a veces a Jaime se le olvidaba y le decía ¡hola! y Yorgel le respondía “por tu culpa perdimos las elecciones” y le reviraba los ojos y se iba) desde ese día Jaime aprendió a decirle algunas cosas a su amigo y algunas otras no.
Un día de aeropuerto Jaime vio a Yoni en la cola de inmigración. Estaba con una mujer, se veía aburrido y parecía jugar con su celular. Jaime quería correr a saludarlo y preguntarle ¿te acuerdas de mí? Soy tu amigo de Facebook, pero pensó que Yorgel podía verlo hablando con él. No sabía qué hacer, así que pensó que la manera más adecuada de hablarle era revisándolo. Entonces buscó a su compañero. Yorgel estuvo súper emocionado con la noticia, pensó en los dólares que podría hacerse si le conseguían algo al muchachito. Yorgel le dijo a Jaime que buscara a la gente especial de inmigración para que atendiera a Goicoechea y luego caminó hacia el guerrillero tirapiedras pequeñoburgués –como lo llamaban en su barrio– con una pistola detectora de metales y con voz altanera le dijo: “Muchacho, necesito revisarlo, venga”

Vi a mi esposa y en su cara había una expresión de qué más vamos a hacer, ya me acostumbraré, cielo. Caminé y vi al pendejo flacuchento que me iba a revisar. Me resigné y abrí mi maletica de mano, ahí frente a todo el mundo. Después de esto iba a tener que llamar a Federico. ¡Qué ladilla!, pensé. Dejé que le metieran mano a mi maleta y me calé las altanerías. El tipo no encontró nada y se iba a ir cuando llegaron tres más.

Jaime les dijo a los agentes especiales de inmigración que había venido Yon Goicoechea. De inmediato éstos les dieron las gracias, agarraron un aparato parecido a un escáner y una computadora portátil. En el camino Jaime les pidió un favor. “¿Pueden conseguirme una fotocopia de los sellos su pasaporte?”. Los agentes especiales de inmigración no se negaron, dijeron que lo harían por órdenes superiores y Jaime se puso muy feliz.
Dos de los tres tipos se metieron en una casilla especial de inmigración y me llamaron. En el camino el otro tipo, uno gordito, que acababa de llegar me dijo que tenían que revisarme la maleta. Luego se me acercó y me dijo al oído: “tranquilo, Yoni, no te pasará nada, recuerda que somos amigos”. Me imaginé que era un luchador social infiltrado en todo esto y que sólo lo hacía por el trabajo, así que no quise delatarlo y le dije “gracias, amigo, eres un buen hombre”. Se veía súper alegre y se puso a revisar mi maletín. El flacucho le dijo que él ya había hecho eso, pero mi amigo el luchador social le dijo que quería cerciorarse. Después me devolvió mi maletín y me acompañó a la caseta que habían abierto sólo para mí.

Jaime revisó el maletín de Yoni. Tenía cosas muy finas. Unas cartas de Uno, un emepecuatro muy raro con el dibujo de una manzana mordisqueada, dos condones (usa Durex –para Jaime son muy caros, prefiere los Te amo–), un libro que no le interesó, unos papeles y unos lentes. Él estaba súper contento, Yoni se había acordado de él y le había dicho amigo. Claro, aquí tenían que disimular porque estaba Yorgel, pensó Jaime. Luego lo acompañó a la caseta. El agente especial de inmigración de una manera súper educada (a Jaime le pareció que hablaba como una aeromoza) le dijo que necesitaba una copia de su pasaporte, que si era posible. Entonces Yoni dijo que él no tenía nada que ocultar y en vez de darle el pasaporte a los de inmigración se lo dio a Jaime que estaba a su lado viendo.

Le di mi pasaporte al luchador social y éste sin pensarlo lo abrió y no se puso a ver si era yo el que salía en la foto, sino que fue a ver a qué países había ido. El tipo estaba como bobo embelesado viendo y pasaba cada una de las hojas con lentitud y bobaliconería. Por un minuto todos nos lo quedamos viendo hasta que el flacucho le dio una palmada el cabeza muy fuerte que éste tuvo que darle el pasaporte al de inmigración. Éstos lo pasaron por una máquina rara (que al parecer le sacó una copia), me lo devolvieron sellado y por fin pude pasar al Duty Free. Antes de irme, volteé para ver al luchador social y éste veía como me iba con una cara muy triste. Le piqué el ojo y él también lo hizo y movió su boca, pero no alcancé a ver qué decía. Luego llamé a Federico y le dije “Alberto, necesito salir al aire urgente” y conté todo, fui aplaudido y entendido por toda Venezuela.

Antes de irse, Yoni le había picado el ojo a Jaime y éste le murmuró, para que Yorgel no escuchara, “amigos por siempre”. Más tarde, cuando Jaime llegó a su casa pasó toda la noche pensando si Yoni había logrado entender su última frase. Su esposa, como vio que no dormía, le preguntó que qué le pasaba y él le contó todo. Ella se molestó con él y lo mandó a dormir para el sofá. Al día siguiente lo habían botado del trabajo porque su esposa le había contado a su amigo; su amigo a su primo del Inac; éste a Yorgel y Yorgel a sus jefes y a la comitiva del PSUV.

miércoles, 16 de julio de 2008

No es otra crónica de un concierto: Dream Theater


¿O sí lo es? Si lo fuera ¿debería empezar contando cómo fue que conocí la música de Dream Theater?, ¿debería decir que fue en casa de Francesco? En aquella época Pull me Under me parecía horrible y tantos solos me fastidiaban: eran demasiadas canciones de ocho minutos y más donde el vocalista aparecía poco, eso no era, ni muy cerca, a lo que me tenía malacostumbrado MTV. Más tarde apareció un Dvd de la banda, quién sabe cómo; porque en aquella época vivía en Margarita, en un pueblo de dos mil habitantes llamado Paraguachí donde aún la conexión a Internet es por medio de dial up.
Sí, fue en Paraguachí que conocí a Dream Theater y por culpa de Francesco. Luego me gustaron todas las canciones del disco Scenes From a Memory y empecé a buscar las canciones de los discos anteriores por allí y por allá. Hasta me sabía los nombres de todos los integrantes de la banda; menos el del vocalista que me parecía nulo –como a muchos de ustedes–.
Pasó el tiempo y llegó el momento de la universidad y con ello el cambio de ciudad y toda lo demás. En Margarita hay pocas carreras que elegir y si quieres salirte del clásico Informática, Turismo, Educación debes irte de la isla. Con la universidad llegaron nuevas responsabilidades, trabajos que entregar a tiempo y olvídate de tiempo libre, de ver el Dvd de Metrópolis todos los días, de saber qué discos nuevos ha sacado la banda, etc. En pleno primer semestre vino Dream Theater por primera vez y no fui porque no me enteré a tiempo. De Octavarium no había escuchado nada salvo el nombre del disco porque lo había pronunciado Francesco en una llamada telefónica que le hice un día.
Margariteño fuera de su tierra que no es nostálgico seguro que no es margariteño o no es nostálgico o es navegao. De ahí a que cuando me enteré de que Dream Theater volvía y que Francesco y Octavio –su hermano mayor: estudió Informática– iban a ir corrí a comprar mi entrada. Los días pasaban con emoción; me sentía como un niño esperando el veinticuatro de diciembre. Tres o cuatro semanas antes del día del espectáculo me llamó Octavio "mira, que pasaron el toque de Dream para Valencia, pide las nuevas entradas".
El día del concierto –pautado para las ocho de la noche– nos encontramos a las ocho de la mañana en Plaza Venezuela, cuadramos con Gustavo –un chamo que aparecía en www.dreamtheater.com.ve que ofrecía su autobús para llevar gente Caracas-Dream Theater-Caracas por ochenta bolívares fuertes– para irnos con él. Había, en la cola, un poco de gente vestida de negro. En mi autobús venían tres personas que seguí viendo después. El primero era un chamo con un cartel que decía Free Hugs, el segundo era Jonathan el guitarrista de una banda de black metal margariteña que se desintegró: Zwüitter, el tercero era margariteño también, pero yo aún no lo sabía. El bus salió a las nueve y a eso de las once y media nos encontramos en el Forum de Valencia. Fue la cola más larga de personas que había visto en mi vida, y eso que faltaban más de ocho horas para que empezara el concierto. Era muy fastidioso esperar. En Caracas había comprado un periódico y ya me lo había leído todo como dos veces. Le dije a Octavio que saliéramos a dar una vuelta para ver qué conseguíamos para comer y dejamos a Francesco en la cola. Caminamos, caminamos y caminamos y lo único que se veía era la autopista. Ya resignados a pasar hambre recordé que tenía una amiga en Valencia, porque los margariteños universitarios tenemos amigos en muchas universidades del país. Llamé a Mariana que estudia Odontología en la Universidad de Carabobo y que es margariteña también. Le dije que teníamos hambre, que el concierto empezaba en más de seis horas. Me preguntó que donde estaba, yo le dije que enfrente de una valla de gasolina en frente del Forum de Valencia. "No te muevas ya voy a buscarte". Le dije eso a Octavio y sonrió muchísimo. A los cinco minutos se apareció Mariana con una amiga, Andrea. Me monté en el carro y Octavio me dio dinero para que le llevara dos hamburguesas de pollo. Mariana me llevó al sitio de comida rápida y me regresó a la cola del concierto. Cuando entré al estacionamiento del Forum todos me veían o, mejor dicho, veían las bolsas donde traía la comida para llevar. Cuando llegué donde Octavio y Francesco y destapamos nuestras hamburguesas la gente empezó a llegar a nuestro alrededor y nos veía, los más atrevidos nos preguntaban dónde habíamos comprado eso. "No sé" pensaba: me había llevado Mariana. El asunto es que les dije a todos que tomaran un taxi y que fueran al Sambil. Luego le oraba a Dios pidiéndole que en el Sambil de Valencia estuviera ese sitio de comida rápida, porque Mariana no me había llevado al Sambil. Cuando acabamos las hamburguesas volvimos a preguntarnos qué hacer. Había un Bingo cerca del letrero que anunciaba los próximos eventos del Forum. Recuerdo que decía Mago de Oz, Alejandro Fernández y Guaqueríes Vs. Trotramundos. En ése instante Francesco y yo empezamos a cantar el himno del estado Nueva Esparta. Frente al bingo le preguntamos a uno de los de seguridad que si ya la sala de bingo estaba abierta. Él dijo que sí. Decidimos entrar abandonando al pobre Octavio en la cola. Cuando dimos el primer paso dentro del local se nos acercó un seguridad y nos dijo "Ustedes no pueden entrar" y yo le pregunté que porqué. Y él dijo que no podíamos entrar porque íbamos al concierto. "¿Eso que tiene que ver?".Dijo que eran órdenes superiores. Salimos del sitio decepcionados. Ahora ¿qué íbamos a hacer en las cinco horas restantes? Nos pusimos a caminar y a rodear el Forum. Era una zona inhóspita y había un restaurant de Sushi. Entonces, empezó a sonar algo parecido a The spirit carries on "¿son ellos Francesco?" Sí eran. Estábamos detrás del Forum escuchando todo lo que pasaba dentro, cómo ensayaban y cómo hablaban entre ellos. Le propuse a Francesco saltar, colearnos y verlos de cerca. Pero, entonces, llegó un seguridad y nos sacó de ahí.
Cuando regresamos a la cola Octavio había coleado a un poco de gente de Puerto Ordaz: amigos de Vicente –su hermano– que estudia ahí. Los chamos traían cámaras. Octavio les dijo que las pasaran. Cuando la cola empezó a moverse, a eso de las seis de la tarde estábamos agotadísimos. Yo no quería saber nada de conciertos. Saqué mi tiket, se lo dí al seguridad, me revisó y me dejó pasar. Hizo lo mismo con todos menos con el chamo de la cámara. Éste como no confiaba en dejarle su cámara al seguridad se fue hasta su carro a dejarla. Pasaba mucho tiempo y Francesco y yo estábamos alterados porque seguía entrando gente y nosotros no porque el chamo de Puerto Ordaz no llegaba. Le dijimos a Octavio que se quedara con él y Francesco y yo entramos. Eso estaba muy lleno. Nos íbamos a poner en una esquina cuando, de repente, alguien llamó a Francesco. Era otro margariteño. Nos tratamos de meter con él más adentro pero estaba muy difícil, la gente hacía mucha presión. Había otro margariteño también, era el del autobús. Eran las seis y media y, si el concierto empezaba a la hora acordada tendríamos que aguantar hora y media entre la marea de gente, cansados y empujados. Entre el aburrimiento y las ganas de hacer algo empecé a cantar el himno Nacional, Francesco y los dos margariteños me siguieron, pronto todo el fórum lo estaba cantando. Sólo llegamos a la primera estrofa. Luego cantamos el Himno al árbol y cuando nadie quiso seguir cantando entonamos el Himno de Nueva Esparta. Toda la gente calló y se pusieron a escucharnos. "Gloria Margarita, la perla de Oriente, Gloria Nueva Esparta, patria de valor…". El tiempo siguió pasando hasta que llegaron los teloneros RC2 y una hora más tarde se apareció Dream Theater. Ese día fue que aprendí que el vocalista se llamaba James La brie. Los cuatro margariteños llegamos a la tercera fila frente a John Myung –el bajista–. Pero no tardó mucho en que volviéramos al final de nuevo con la presión de la gente. El resto es lo normal que puede pasar en un concierto: todos completamente emocionados por el gran espectáculo de rock. Una cosa me sorprendió mucho: no tocaron The spirit carries on.

martes, 22 de abril de 2008

Un refill de Coca-cola para mí también

En el camino de Subway a mi casa uno siempre puede encontrase un ejemplar de la fauna de la ciudad. Ese día, por ejemplo, me tropecé con un mendigo: "Sálvame con una moneda" me dijo. Yo puse cara de qué atrevimiento el del señor y seguí caminando sin prestarle atención. La gente pobre siempre me da cosita. La cosita es algo raro disfrazado de sentimiento que se siente cuando alguien quiere o desea sentir algo más por obligación que por emoción real. La cosita es tataranieta de la tristeza con un poquito de hipocresía: "Ay, Fabricio, mira a ese pobre hombre", le dice una mujer a un insensible genérico. "Sí mi amor, me da tanta cosita", luego estas personas se van como si nada y el hombre sigue ahí por el resto de sus días provocando cosita en cada una de las personas sin que nada, ni nadie se tome un sólo día a atenderlo. Así como a Fabricio, el mendigo a mí sólo me dio cosita. A veces la cosita dura poquito tiempo; a veces dura más y nos hace pensar en otras cosas. En el camino a Subway, después de ver a ese mendigo, me puse a pensar en la gente pobre, en la gente muy pobre, ellos siempre me han dado cosita. Pensaba en una señora mayor y soltera que tenía que alimentar a sus cinco muchachos, pero siempre como un imbécil, racional, llegaba a la conclusión de que era su culpa. ¿Quién la manda a tener tantos muchachos? Se hubiera ligado con uno. Si es imbécil la vieja. ¡Qué trabaje por huevona! Le gusta hacerlos, pero no mantenerlos. Mi abuela tuvo seis y los pudo mantener a todos y sacó palante a la familia, sin problemas: trabajando. Entonces pensaba en mi abuela y en el amor que nos tenía a todos, incluso a mí el hijo de su hija. Mi abuela, ella si era una buena señora. Le pasó igual que a la vieja imbécil de mi imaginación. Luego pensé que ella, la vieja de imaginación, podría ser como mi abuela y la perdoné y me perdoné a mí mismo por pensar en estas cosas y me di cosita; me di cosita a mí mismo y quise ayudarme, pero era muy tarde sólo podía darme cosita y es que eso era lo único que podía sentir. Además ya había llegado a Subway y cualquier cosa estúpida como esta tendría que olvidárseme.

"Quiero bastantes pepinillos y poca lechuga, no me eche cebolla y póngale pimentón", decía como un robot que va a recargar su gasolina sin plomo, no para conservar el ambiente, sino para aparentar, con sus amigos que lleva en el carro, que paga la gasolina más cara. Mientras mordía el rico pan empezaba a sentir un sabor indescriptible. El Cheddar derretido con tocineta, los pepinillos con miel mostaza, ¡Dios! Ese sabor que sólo nos puede dar el capitalismo, la acumulación de riquezas. Cada vez que mordía me sentía poderoso, sentía que era mejor que los demás que estaban en el restaurante porque mi pan era más rico y porque yo había pagado más, porque era más grande. Entonces veía a la gente de afuera y me sentía mejor que ellos porque tenían que comer en sus casas, porque eran pobres y no habían tenido suerte como yo. Cada vez que mordía el pan era el rey del mundo, era el mejor del mundo. El pan era un vicio para mí. Veía cada vez que mordía a mí alrededor y observé a los empleados. "Pobres inmundos", decía. "Pobre imbéciles, sólo están para servirme a mí". Había uno, parecía un estudiante universitario. A él lo repudié porque yo era mejor que él, porque yo también era estudiante universitario y podía estudiar en una universidad privada y todo me lo pagaba papito y él, como un imbécil, tenía que estudiar y trabajarle a un capitalista de mierda y darle real, sólo para mantenerse en sus estudios como un mongólico soñando que va a descubrir algo y que va a sacar a su familia adelante. ¡Ah! –Pensaba cada vez que mordía– pobre iluso, pensando que va a sacar a su gente de abajo. Y yo me reía mentalmente, decía que siempre iba a ser mejor que él, porque mi familia era mejor a la suya y era imposible que me sobrepasara. Luego vi a otro niñito, tenía una camisita que lo diferenciaba de los demás y tenía unos cuantos botones. Parecía que había una especie de jerarquía en este sitio de servidumbre. Este gafito era el que le cobraba a la gente, fue el que me dijo el precio de mi submarino y que cuando saqué mi tarjeta dorada se sorprendió y yo lo miré con arrogancia, como queriendo decir, si eres iluso, jamás tendrás una así.

Después vi a alguien que me impactó y que me hizo cambiar un poco. Vi a la vieja imbécil de los cinco muchachos. ¡Dios, no puedo seguir pensando en gente pobre porque se hace realidad! La vieja imbécil estaba ese día fregando los pisos como loca, trapeando, limpiando de aquí a allá. Entonces entraba en la cabeza de la vieja estúpida y miraba sus pensamientos. La vieja pensaba en sus hijos, en sus cinco muchachos hambrientos en un barrio. La vieja trapeaba con fuerza para ellos, trabajaba por ellos, trataba de salir adelante por ellos. Cada coletazo que daba se lo dedicaba a un hijo suyo, cada movimiento era en nombre de ellos. Entonces salí de su cabeza y me dio cosita de nuevo. Recordé a la vieja y recordé a mi abuela y volví a perdonarla.

La vieja era una especie de heroína del local. Un día el mendigo que me pidió las monedas de camino a Subway encontró un vaso de este restaurante en el piso de la calle. Él lo recogió y se aventuró a hacer un refill en el local. El mendigo entró a Subway todo apestoso y maloliente. La vieja trapeaba como loca cerca de los baños: un lugar opuesto a la máquina de hacer el refill, así que no pudo notar cuando el mendigo se aventuraba a hacer su acción de supervivencia del día. Resulta que unos sifrinitos empezaron a pegar gritos cuando el mendigo entró. Estaban asustados, aterrados, tenían tanto miedo de que alguien con tan poco dinero y maloliente pudiera hacer lo mismo que ellos hacían. Con estos griticos de niña, la vieja se dio cuenta de lo que estaba pasando e inmediatamente sacó al pobre mendigo del restaurante de comida rápida. El pobre hombre ni siquiera pudo hacerse con medio vaso de Coca-cola. Cuando la vieja logró sacarlo a punta de coletazos, le echó encima el agua sucia del balde donde lavaba el coleto y el pobre mendigo se fue un poquito más limpio de cómo había entrado a Subway, pero con las manos vacías. El mendigo jamás se volvió a aparecer por allá. Para suerte de la vieja el dueño del local estaba viendo todo esto y desde ese día la declaró heroína del Subway. Esa noche el dueño del local le dio a ella dos submarinos de treinta centímetros para sus cinco hijos y una chapa que decía "Sub-hero". Desde ese día todos respetan a la vieja y la ven como una eminencia. Esa noche, cuando la vieja llegó a su casa, sintió cosita y se imagino al pobre mendigo en la calle, tapado por un cartón y con el vaso de Coca-cola vacío.

Cuando descubrí el orgullo de la vieja, lo que sentía por sus hijos y lo que le había sucedido con el mendigo me dio cosita con ella. Ese día –el que fui a comer a Subway– llegó el dueño del local. Era un tipo elegante, limpio, con buen olor. Tomó un vaso del stand y se hizo un refill de Coca-cola. Mientras esperaba que se llenara le hizo un guiño a la vieja. Ella se acerco y con toda la amabilidad del mundo le preguntó que si deseaba algo. Él le dijo que no, que muchas gracias y con toda amabilidad se quedó supervisando y mirando a los clientes. Primero vio a unos de aquel lado, luego a otros de este y me vio a mí.

En el instante en que entraba el dueño del local a Subway yo terminaba de comer mi submarino. Ya no me sentía tan rey del mundo. Me sentía lleno. Entonces empecé a envidiar a los que estaban de aquel lado y de este, veía sus panes y deseaba no haber comido para estarme comiendo los de ellos. Luego vi a ese señor entrando por la puerta; tan elegante, tan perfumado, tan adinerado. Lo admiré, pero también lo envidié. Entré entonces en la cabeza del señor y veía a las demás personas con cosita, los veía como seres inferiores de los que él se aprovechaba para hacerse más rico. Reía hipócritamente y era amable porque esto le producía más dinero. Pasaba por cada una de las personas en el restaurante y pensaba lo mismo. Cuando se detuvo en mí, cuando me miró no fue diferente. Se decía a sí mismo "pobre muchacho, comiendo aquí sin saber que no se alimenta sino que me alimenta a mí, estúpido ser inferior, gusano". Luego el dueño de Subway pensó que todo esto estaba mal y le di cosita y le dimos cosita todos dentro del restaurante. Y no había nadie en todo Subway, en ese momento, que no sintiera lo mismo.

jueves, 27 de marzo de 2008

Alrededor de La plaza Bolívar

Al principio el camino era de tierra y los dos jóvenes venían a escondidas de los padres. Se miraban y miraban a su alrededor: la iglesia, la pila y de agua, un hombre con dos baldes esperando que se llenaran en la pila de agua, la casa del alcalde, la alcadía, tres casas, unos bancos. Juanita y Ernesto habían acordado encontrarse allí porque era un pueblo cercano a donde ellos vivían y porque pocos -o casi nadie- los conocían en ese lugar.
Se encontraban en un banquito de cemento; se miraban indirectamente en una mezcla de pena y respeto. Cuando sus ojos se encontraban en una misma línea eran retirados con velocidad. Ernesto sólo se atrevía a besar la mano de Juanita dos veces por encuentro: cuando se encontraban y cuando se despedían. Estos eran sus momentos favoritos y esperaban con ansias el próximo encuentro; esos dos segundos en los que una parte de la piel de él tocaba la de ella. Aparte de ellos muy pocos usaban los dos bancos de la placita que estaba frente a la Iglesia San José.
Los días pasaban y la plaza seguía siendo la misma. De vez en cuando alguien usaba un banquito para esperar que se llenara el balde en la pila de agua. El domingo, un poco antes y después de la misa, era el único día en el que los bancos eran ocupados por más personas. La gente rezaba avemarías y padrenuestros de memoria; algunos oraban por sus familiares; otros, sólo lo hacía cuando veían que el padre se acercaba a abrir la Iglesia.
El tiempo fue pasando y entre el sol y la lluvia fueron agrietándose los bancos: deteriorándose. Muchos tocos caían sobre ellos y, a su alrededor, se podrían. Los pajaritos que vivían sobre las matas de la plaza cagaban por allí también. Los bancos olían muy feo, nadie quería sentarse en ellos: muchos bancos estaban en el suelo, la Iglesia se estaba desconchando y había muchas flores marchitas. La plaza estaba muy fea; hasta el señor de los baldes de agua esperaba parado.
Un día la casa del alcalde y la alcaldía se unieron en un solo bloque. Alguien se dio cuenta del estado de la plaza y el problema de las flores se solucionó de inmediato. La plaza quedó como un cementerio.
Tiempo después otra persona volvió a ver la plaza y ésta se modificó por completo. Tanto así que las únicas cosas que se mantuvieron en su sitio fueron las matas de toco, la pila de agua y la Iglesia. Los bancos de cemento y las flores habían sido eliminados. Llegaron los bancos de metal y con espaldar. Sin embargo, la Iglesia seguía desconchando y el hombre de los baldes seguía buscando agua de la pila. Incluso, ahora como la calle estaba asfaltada el hombre traía una carretilla con varios baldes. Juanita y Ernesto no ocupaban los bancos; ahora había parejas casi todos los días y a veces se veía a alguna a tempranas horas de la noche. Los tocos y los pajaritos seguían hacíendo de las suyas en la plaza, pero ahora, de vez en cuando, venía un hombre a limpiar la suciedad.
A medida que el tiempo pasaba más gente usaba los banquitos de la plaza. Ahora había chicles debajo de ellos y de nuevo el sol y la lluvia los atacaban directamente. Todo se desconchaba de nuevo, el hombre seguía buscando agua en la pila, y el hombre que limpiaba no se vio más.
Cuando la alcaldía construía su segundo piso alguien vio desde arriba a la Iglesia desconchándose. Esto provocó que la plaza se modificara completamente de nuevo. Regresaron las flores, se cortaron algunos brazos de la mata de toco, se desconchó completamente la Iglesia y se pintó. Se pusieron unos banquitos de madera barnizada con patas de metal. Una de las casas abandonadas cerca de la plaza se convirtió en una biblioteca, a la que le pusieron el nombre del alcalde. Se puso un busto de Bolívar al lado de una de las matas de toco y, para que combinara, se pintó de blanco la pila de agua. La fe le volvió al pueblo y la plaza Bolívar de Paraguachí estaba más llena que nunca. Muchas parejas se encontraban a toda hora; incluso en la madrugada, aunque sus encuentros no eran como los de Ernesto y Juanita.
La alcaldía era cada vez más alta a medida que pasaba el tiempo y la plaza se refundaba una y otra vez. A veces se refundaba con flores; en otras ocasiones se eliminaban y en otras se dejaban marchitas. Sin embargo lo único que nunca cambió fue el hombre que buscaba casi todos los días el agua en la pila de la plaza.

lunes, 4 de febrero de 2008

El tenor

Entré al hueco sin ningún problema, eran las nueve de la noche y no había mucha gente. Bajé las escaleras eléctricas, saqué mi ticket y vi a esos que hacen la cola porque nunca tienen para el multiabono. Llegué a los torniquetes mientras unos disfrazados de Daddy Yankee se ponían a hablar frente a ellos impidiendo el paso fluido. Era incómodo y olía mal. Era normal, me decía. La señora que le pegaba al niño bajaba delante de mí las escaleras. Abajo muy detrás de la raya amarilla me fijaba en la gente. ¿Qué más iba a hacer? El de los zapatos Nike forcejeaba sin verle la cara al del zarcillo para ver quien se pegaba más a la raya amarilla, la señora de al lado hacía gestos de desaprobación con su cara, pero ni por el carrizo se le ocurría irse a otro lado de la estación lejos de la demostración de superioridad por parte de los machos. La señora que le pegaba al niño se besuqueaba con un gordo de pelos en las axilas mientras el niño nos chillaba su melodía. La melodía del niño era una pieza musical entre una selva de fieras que se consumen unas a otras. Al final de la estación veía a una mujer sacándose la pintura de las uñas con un algodón que dejó en el piso cuando llegó el tren. En ese momento me quedé atrás observando la guerra de empujones y palabras. Para ellos esto era una rutina y tenían un guión de palabrotas preestablecido. Salieron y entraron todos en una semifusa. El niño seguía chillando. Quedaban dos segundos. Entré. No me empujó nadie.

En el vagón había pocas personas comparado con una hora pico. Adentro un hijo de Daddy Yankee ponía la música de su celular a todo volumen, mientas que sus amigos chita y chispita cantaban y hablaban de procrear con hembras. El niño llorón estaba con su mamá que le pegaba adentro. Seguía sonando su música y su mamá, cual instrumento, tocaba con más fuerza. El señor con pelo en las axilas le agarraba la cintura. Yo veía cerca la puerta sin querer adentrarme en la selva, sin querer ser devorado por alguna fiera hambrienta. Otra estación, empezaría la guerra. La marea me condujo hasta el interior del océano y luego me devolvió a mi sitio. Entró una señora: que soy pobre, que no tengo que comer, que estoy abandonada, que por favor dinero. La vieja parecía mudar la piel, daba lástima. Cuando hablaba todos volteábamos nuestras caras fingiendo no escucharla. Yo hacía las veces de tocar mi bolsillo y no encontrar nada. Sentí algunos billetes que había sacado del cajero. Me dije, no puedes dárselos, tú tampoco tienes qué comer. Un muchacho por aquí y otro por allá le daban alguna que otra moneda. Ella los bendecía y les suplicaba a los demás. Nadie más respondió. Salió y dijo con tono altanero "aquí nadie tiene plata y se montan en metro, van pal Sambil y gastan". Mi cerebro inmediatamente buscó una de esas fórmulas prediseñadas que tenemos para darme cuenta de que la señora no tenía razón. De que ella no tenía por qué decir eso, no hay derecho a ningún reclamo, además el pasaje del metro vale 50 céntimos. Empecé a preguntarme cuantas personas podía haber en el vagón y llegamos a Plaza Venezuela. Comenzaba la corriente a llevarme por la selva, a ser tocado en mis partes y a escuchar las onomatopeyas de los animales. De nuevo se estabilizó. Dentro seguía la melodía clásica del niño interpretada por su madre y auspiciada por el señor de las axilas quienes hacían competencia con Daddy Yankee, chita y chispita. Traté de pensar cuantas personas podía haber y me dije que cincuenta podía ser un buen número.

Entramos al túnel otra vez. El tren se detuvo. "Estimados usuarios hemos presentado fallas en nuestro sistema, en breve reanudaremos el recorrido". La música paró, se oían algunos cuchicheos. El niño dejó de chillar, ahora sólo se escuchaban susurros. Había un oficinista quien se echaba aire con el periódico; un rastafary con audífonos que movía la cabeza de arriba abajo y ponía los ojos en blanco. Sólo se escuchaban susurros. La selva se había tranquilizado por un instante y sus criaturas habían dejado de atacar a las otras. Todo era paz, susurros y calma. De pronto, se fue la luz. El gallinero se alborotó, muchos gritaban incluyendo el niño que era tocado por su madre imponiendo el ritmo a la melodía. Ella era la única violinista de la orquesta y el niño el único violín. Yo seguía de espectador auditivo. La oscuridad era total lo que me ayudaba a concentrarme en la música. Sonó por un instante un instrumento raro y me cagué. Me agaché pegado a la puerta y a la tablita de una de las sillas mientras seguía devorando mi concierto. De repente entró un tenor. "Señores y damas… esto no lo hago por mí, es por mi vieja a quien no le dieron nada. Se me bajan de la mula ya o los quiebro a todos". Levanté la cabeza para observar y lo único que vi fue la lucecita de un celular que medio mostraba una mano agarrando una pistola. Cuando el tenor se calló inmediatamente fue aceptado por el público y estallaron los aplausos. Sonaba la quinta de Beethoven, La Llamada del Destino. El violín de la mamá sonaba más desesperado de lo normal, pero aún así la música era buena, tenía ritmo. Aumentaban los aplausos, la velocidad, el suspenso. Se incorporaba la flauta, el clarinete en Si bemol y en Do, los oboes, los fagots. Yo me levantaba de mi asiento para aplaudir y tocaba el botón y nada. No había luz, si me pillaban me mataban. Seguía intentando y nada. Pensaba que no podía ser visto. La gente se quejaba y entregaba sus pertenencias al tenor que estaba callado y aún señalaba su instrumento con el celular. El violín aumentaba en velocidad y era apoyado por algún contrabajo. Llegó la luz, sonó la trompeta por fin. Todos vimos al tenor que nos había inspirado con su voz, quien sin querer culminó la obra con su instrumento por la sorpresa provocada. El violín calló, silencio total, las gotas de sangre en la ventana, la mamá con un grito ahogado, yo tocaba la trompeta de nuevo. El arma cayó también. Los amigos de Daddy Yankee se fueron sobre el tenor junto al oficinista y el rastafary. El arma llegaba a mis pies. Todo era de nuevo una selva, se habían convertido en zamuros que estaban esperando la muerte del león para comérselo. Para la madre aún sonaba La Llamada del Destino y yo seguía tocando la trompeta esperando que llegara el tren a la otra estación.

sábado, 26 de enero de 2008

The Orphanage, believe it or not

Ayer después de un día de clases en la escuela de Letras de la UCV decidí ir a ver El Orfanato. Una película que todo el mundo me recomendaba; que la produce el mismo de El Laberinto del Fauno, que es española, que ¡chico, anda a verla, qué esperas! Desde el principio me sentí reacio a verla, sinceramente los filmes de suspenso no son mis favoritos, pero ustedes saben; aquello de la fotografía, la dirección, que es española, que hay que apoyar a los españoles, que no hay que ver sólo películas gringas y todo el mundo me la recomendaba: Al final acepté. Me fui con mi novia caminando hacia la estación de Plaza Venezuela, para tomar el metro y atravesar la ciudad de la mejor manera posible hasta llegar a ese sitio llamado Sambil. En el camino me encontré con Mico quien no se olvidó de recomendármela. Ya en frente de Cinex hicimos nuestra cola y, mientras veíamos el horario más conveniente, le dije a ella que sacara su carnet de estudiante para pagar más barato. "El Orfanato: 12:50 PM 2:50 PM 4:50 PM 7:10 PM 9:30 PM Clase B (Subt.)" ¿Te parece a las siete y diez? Sí, decía ella. ¿Qué significa eso de Subt? ¿Subtítulos? No puede tener subtítulos, es una película española, seguro se equivocaron. Seguro chama, pero hay que preguntar. No, no, tranquilo, eso es que se equivocaron, yo la vi con mi mamá en Santa Fe la semana pasada y era en español, además ¿cómo se le va a ocurrir a alguien traducir una película española, luego ponerle subtítulos en español y venderla? Es ilógico, gastarían más dinero pagando la traducción. Sí, tienes razón. De todas maneras preguntaré. Siguiente en la cola, decía la chica detrás del vidrio. Buenas tardes, ¿El Orfanato acepta la promoción con el carnet de estudiantes? Sí, joven. Pues, deme dos entradas. Ya va… ¿qué significa eso de subt?, ¿Subtítulos, la película está subtitulada? Déjeme revisar, joven. La chica se fue y yo me quedaba viendo a mi amiga con cara de que era absurdo que fuera subtitulada. Detrás del vidrio otras chicas vendían boletos para otras funciones. Había dos películas gringas, una venezolana y esta española. La chica volvió y me dijo: Joven, El Orfanato es subtitulada. ¿Pero qué, está en inglés y tiene subtítulos en español o es una herramienta para los sordos? Sí, joven, está en inglés. Y… ¿hay alguna función en español? (Por dios, la película es española, pensaba) No, en este cine no, joven, me temo que tendrá que ir a otro. Gracias, señorita, disculpe la molestia. Después el chamo que le estaba comprando tickets a la chama de detrás del vidrio que estaba al lado de la mía dijo: las películas siempre son mejores en inglés y con subtítulos y me reviró los ojos. Mi amiga y yo salimos despavoridos y tratamos de eliminar de nuestra mente la imagen de los ojos del chamo; comimos un helado y nos fuimos. ¿Qué le pasa a nuestra sociedad?, ¿cómo es posible que dejemos que una película española sea traducida al inglés y luego se transmita en Venezuela, país que habla español –por si no lo saben– con subtítulos y en inglés? Una profesora de bachillerato siempre nos decía que iba a ser muy difícil que saliéramos de la pobreza si le vendíamos todo el petróleo a Estados Unidos y Europa y luego les comprábamos los productos derivados de éste. ¿No es casi lo mismo que España le venda una película a los Estados Unidos y luego le llegue a algunas salas de Latinoamérica en inglés? El Sambil Caracas es el centro comercial más grande de Latinoamérica no tiene ningún sentido que la única función de El Orfanato allí esté en inglés, ¿cómo ocurrirá en otros países y en otros centros comerciales entonces? ¿Será que no nos importa? ¿Es que la gente le gusta más en inglés como al chico que estaba a mi lado? El Orfanato o The Orphanague es la ópera prima de Juan Antonio Bayona un español que se apoyó en la producción de Guillermo del Toro para promocionar su película. En cuatro días reunieron seis millones de Euros, lo que atrajo a los gringos. New Line Cinema (El señor de los anillos) compró los derechos de autor y se propone, en unos meses, sacar una versión agringada del filme. La distribuidora Picturehouse se encarga de llevar el filme a gran parte del globo. ¿Cómo le hacemos saber a estos señores que no la queremos ver en inglés sino en español: en su idioma original? Si tienen alguna duda o desean tener más información sobre el filme visiten su página web http://www.theorphanagemovie.com/ donde, por cierto, encontrarán absolutamente todo en inglés y sin ninguna opción para cambiar el idioma. Aprovechen y hagan los downloads que quieran porque son gratis, aunque usted no lo crea.

(Publicado en El Universal 06 de febrero de 2008: página 3-6)

miércoles, 23 de enero de 2008

Leyendo alpargatas: Viernes a la sombra

Hace poco leí, por pura casualidad, esta novela de Elisa Arráiz Lucca. Debo admitir que desde el comienzo me atrapó. Es la historia de una mujer contada en retrospectivas desde su niñez hasta su mediana edad; y, sin embargo, todo esto ocurre en un solo día, el viernes. Desde el principio me recordó a aquella maravillosa novela de Adriano González León, en la que Andrés, en un solo viaje en autobús, nos cuenta la historia de su vida y de sus antepasados remontándonos a las épocas de lucha entre conservadores y liberales. Natacha, en este caso, define el país desde lo que le sucede en su niñez en la caída de Pérez Jiménez hasta sus experiencias en el exterior pasando por el Mayo francés del 68, Woodstock y San Francisco. Aunque no considero que pueda definirse como un "País Portátil femenino" Elisa Arráiz Lucca ahonda en los orígenes y evolución de la democracia venezolana; nos hace notar qué es lo que políticamente queremos conseguir. Esta novela fue publicada en febrero de 2007 y se puede conseguir en la mayoría de las librerías nacionales a precios que oscilan entre los cincuenta y sesenta bolívares fuertes.

En el día de las madres

Aquel 13 de mayo, día de las madres, parecía tranquilo para los habitantes del apartamento 71 del edificio Suerte de Los Caobos; o por lo menos la mañana. Vanesa barría la casa; la señora Sara estaba en su cuarto llamando por teléfono a todas sus amigas madres de Caracas y parte de Paraguaná; el señor José se encontraba en alguna tasca hípica caraqueña gritándole a algún televisor o, por lo menos, eso fue lo que dijo; yo dormía placenteramente hasta el mediodía en la paz de mi cuarto.
Dos días antes había empezado a pegar un olor podrido. No era la primera vez que pasaba. La señora Sara siempre tenía que ir a quejarse adonde la señora Jacinta, una viejita como de setenta años residente del pent-house –el piso inmediato de arriba–, por las palomas que se iban a morir en su puerta corrediza transparente que da a su balcón. Bueno, dos días antes la señora Sara había hablado con ella por teléfono, para no tener que perderse una parte de la novela, y ésta le dijo que estaba pasando el coleto, así que después de que terminara la sala se encargaba del balcón y botaba la paloma muerta. Siempre me preguntaba cómo era que la señora Jacinta nunca se daba cuenta de esos olores podridos, imagino que la vejez le había deteriorado el olfato.
Aparentemente lo único raro de ese domingo 13 de las madres era aquel olor podrido que se había vuelto más fuerte y que casi no dejaba acercarse al balcón del apartamento. “Seguramente la paloma del viernes ya tiene gusanos y vino un zamuro a comérsela y se murió también” gritaba la señora Sara quien no se despegaba del teléfono de tanto hacer y recibir llamadas y que decía que había intentado llamar cuatro veces a la señora Jacinta, pero que nadie contestaba. “Seguro la vieja se fue pa΄ casa de Carlos”. Éste es el hijo de la señora Jacinta que vive en Guarenas.
A eso de las dos de la tarde se apareció el señor José con una caja de cervezas, cuatro pelagatos de su familia y una entonada. De inmediato se encargaron de poner las pocas sillas de la casa en círculo y el espacio que sobró lo rellenaron con el sofá. La señora Sara se alegró mucho por la sorpresa, cogió una friíta y se sentó a conversar con una de las que había llegado. El señor José dijo que vendría más gente, se puso a preparar un sancocho, en la cocina, con sus hermanos y puso el casette de Rocío Durcal en el reproductor. Sonaba “Amor eterno”. Se corría el rumor de que el señor José había contratado unos mariachis en honor a las madres presentes y a la señora Sara para sorprenderlas. Ella se hacía la loca cuando alguien le venía con el chisme. No quería que le pasara como le pasó con su hijo. Un día antes de que él muriera en un accidente de tránsito le había prometido a su mamá unos mariachis en su cumpleaños y un viaje a Ciudad de México para que ella viera donde viven los artistas de las novelas buenas. Eso fue traumático para ella.
Como a las cuatro de la tarde el señor José agarró las llaves y se escapó sin que nadie se diera cuenta. Cuando pidió el ascensor escuchó que alguien venía bajando por las escaleras. Era Carlos, el hijo de la señora Jacinta, éste le preguntó que si su mamá estaba en la fiesta. El señor José no supo contestarle, mas lo invitó a pasar y le dijo que él se iba porque buscaría la sorpresa.
Carlos entró al apartamento, que ya estaba full de invitados, y fue saludado y agasajado por hasta los que no lo conocían. Incluso fue obligado a tomarse una cerveza. Entre la gente no reconoció a su mamá, así que fue a la cocina a preguntarle por ella a la señora Sara. Ella pensaba que Jacinta estaba con él y él pensaba que con ella. El pánico invadió inmediatamente a los invitados. “Mijo, anda a casa del portugués y tráelo urgente para el pent-house, ése abre hasta una multilock en cinco minutos” me indicó.
Llegué donde el portugués y le expliqué el asunto. Éste agarró una cajita roja metálica que tenía detrás de la puerta y se vino conmigo. Cuando llegamos arriba estaban la señora Sara, Carlos y otros coleaos por si acaso. El portugués hizo las suyas de cerrajero y cuando abrió la puerta el olor pegó fortísimo. Todos se llevaron una mano entre la boca y la nariz. El primero en entrar fue Carlos, luego la señora Sara y otros ahí. Yo sólo me asomé y hubiera preferido no haberlo hecho.
Al final de la amplia sala estaba el vidrio transparente cubierto por unas gotas secas de sangre; más abajo, acompañada de algunas moscas, estaba la señora Jacinta muerta con el cuello doblado y pegado al vidrio; del otro lado de éste estaba un cadáver de paloma y al lado de la difunta un tobo y el haragán con el coleto.
Carlos gritó, la señora Sara vomitó y salió corriendo hasta el piso de abajo. Yo la seguí y nos metimos en el apartamento. Inmediatamente todos empezaron a preguntar qué pasaba, reinó la incertidumbre y llegaron los mariachis.

Soledades

Descansábamos cada uno en un chinchorro después del almuerzo, antes de volver a nuestra faena diaria. Papá volvía entonces a la plaza a trab...